quinta-feira, 24 de fevereiro de 2011

"El fin", otro cuento de Jorge Luis Borges

Después de publicar el cuento "Sur" y su adaptación para el cine hecha por Alejandro Abramovich, traigo ahora otro cuento de Borges con la temática del gauchismo: "El fin", publicado em Ficciones (1944) junto con el anterior. En este, nuevamente la figura del gaucho es presentada como decadente, pues su heroicismo es entonces sólo una leyenda perteneciente al pasado heroico de la pampa. En el presente, su estado es de soledad y abandono. No hay más espacio en la sociedad del siglo XX para su bravura y código de honor - los duelos ya no son aceptables como conducta digna de elogio, lo que se puede deducir del diálogo abajo:


" —Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos.
Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
—Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud.
El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la paladeó sin concluirla.
—Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
Un lento acorde precedió la respuesta de negro:
—Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros."

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El estado de decadencia de la figura heroica del gaucho, que pasa a pertenecer al espacio del mito, o de la leyenda, es marcado en la trama por la intertextualidad con las obras El gaucho Martin Fierro (1872) y su continuación, hecha siete años después: La vuelta del gaucho Martín Fierro (1879). Los hombres que van a duelar son los personajes - ahora viejos y decadentes, como he dicho - de la seguna parte de este clásico de la gauchesca y de la literatura argentina: Martin Fierro y el hijo del negro que él había asesinado hacía muchos años y que, en el final del segundo volumen, desafia a Martín Fierro para vengar a su padre. Pero el duelo entre ellos no se hace con armas, sino con el canto. La payada entre ambos (lucha simbólica que termina la trama de La vuelta del gaucho Martín Fierro sin derramar sangre) puede ser compreendida como señal de los nuevos tiempos, en que la violencia de los gauchos malos ya no es socialmente aceptable.
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En "El fin" Borges retoma la historia y - sin dejar de presentar la violencia como algo que ya no es aceptable - recupera el duelo como única salida existencial para los personajes, o sea, como único camino posible para poner un significado en sus existencias. ¿Paradójico? Sí, sin duda, pero comprensible. En el mundo moderno ya no hay espacio para ellos. Sin espacio y sin futuro, sólo es posible recuperar la dignidad por medio de la muerte - autosacrificio libertador de las cadenas de la civilización. Irónicamente, quien muere sale victorioso, pues quien vence la lucha sigue viviendo como un muerto-vivo, sigue viviendo una vida sin significado, una vida de soledad y exclusión, pues no ya hay lugar en el mundo para sí mismo.

"Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre."

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La moral de este cuento parece ser la misma del anterior, "El sur", pues la única manera de recuperar la dignidad que se perdió es, nuevamente, la misma: salir a hurtadillas del palco de las miserias humanas muriendo en defensa del (imaginario) honor.




EL FIN
Jorge Luis Borges

Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente…

Recobró poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por otras. Miró sin lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria que le envolvía las piernas. Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; había dormido, pero aun quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo tanteó dar con un cencerro de bronce que había al pie del catre. Una o dos veces lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar; acaso la derrota lo había amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la pulpería, no olvidaría ese contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercio de yerba, se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de la novelas concluímos apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.

Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que no; el negro no cantaba. El hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el cencerro, como si ejerciera un poder.

La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.

Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura:
—Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.
El otro, con voz áspera, replicó:
—Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
—Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
El otro explicó sin apuro:
—Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos.
Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
—Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud.
El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la paladeó sin concluirla.
—Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
Un lento acorde precedió la respuesta de negro:
—Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
—Por lo menos a mí —dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta—: Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.
El negro, como si no lo oyera, observó:
—Con el otoño se van acortando los días.
—Con la luz que queda me basta —replicó el otro, poniéndose de pie.
Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado:
—Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
—Tal vez en éste me vaya tan mal como en el primero.
El otro contestó con seriedad:
—En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.

Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:

—Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.

Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como un acicate. Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.

Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música… Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre. Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.
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Fuente: http://www.literatura.us/borges/elfin.html

sábado, 12 de fevereiro de 2011

Daniel Viglietti y Mario Benedetti - Concierto a dos voces

El texto que sigue así como los vídeos fueram copiados del canal elartiguista2, hecho por un profesor uruguayo (anónimo) de ciencias sociales.


CONCIERTO A DOS VOCES - Mario Benedetti y Daniel Viglietti

Este concierto en particular fue grabado de la pantalla de TeveCiudad, canal de la Intendencia Municipal de Montevideo. Espero disculpen que faltan unos minutos del inicio del espectáculo pero no lo afecta en lo esencial.
Dada su duración ha sido dividido en 9 partes. No es necesario decir que es muy bueno!!!!

Mario Benedetti y Daniel Viglietti son dos referentes de la palabra comprometida del Uruguay. No es casual que hayan decidido reunirse y que esa reunión haya perdurado en el tiempo, abriendo un espacio que fue resignificándose con el paso de los años. En 1978, cuando el poeta y el cantautor se encontraron en el exilio en México cayeron en la cuenta de cuánto había en común en lo que estaban escribiendo cada uno por su lado y así nació la idea de encontrarse en A dos voces.

Lo que comenzó como una experiencia que respondía a la necesidad de alzar las voces y de unirlas en el exilio terminó siendo un espectáculo que mantuvieron durante 27 años, y que llevaron por distintos países. "Lo que hicimos fue un trabajo casi de hilanderos, de tejido, empezamos a tejer confluencias", definiría más tarde Viglietti. Así se entrelazan las voces de ambos cantando y recitando en homenaje a Roque Dalton (A Roque, de Benedetti, Daltónica, de Viglietti), a Nicaragua, a Chile y Salvador Allende. Y así van desfilando clásicos de cada uno como Bandoneón y Por qué cantamos, entre lo más cantado y repetido en postales de la obra deBenedetti, La llamarada y Otra voz canta, entre los temas más conocidos del repertorio de Viglietti.

Y están los versos que cada uno por su lado escribió en homenaje a Soledad Barret, la militante paraguaya secuestrada en 1962 en Montevideo y asesinada en Recife, Brasil, y que tienen un significado especial en el disco. "Soledad no viviste en soledad / por eso tu vida no se borra / simplemente se colma de señales. / Soledad no moriste en soledad / por eso tu muerte no se llora / simplemente la izamos en el aire", dice Benedetti en sus versos, que se cruzan con los de Viglietti: "Una cosa aprendí junto a Soledad: que el llanto hay que empuñarlo, darlo a cantar... Otra cosa aprendí junto a Soledad: que la patria no es sólo un lugar... Una tercera cosa nos enseñó: lo que no logre uno, ya lo harán dos".

Mario Benedetti recuerda la importancia que tuvieron estos versos en el origen de A dos voces:
"Con Daniel éramos muy amigos, desde hacía años. Nos encontramos en México, en el exilio, y empezamos a hablar de lo que estaba haciendo cada uno. Que esta canción, que este poema... Nos sorprendió encontrar que los dos le habíamos escrito a Soledad Barret, porque la habíamos conocido y le teníamos mucho cariño, cuenta el autor de Gracias por el fuego. Empezamos a ver que teníamos otros temas comunes, y así fuimos armando un recorrido de poesía y canción."

"Con el tiempo fuimos introduciendo muchos cambios en el repertorio, pero el poema y la canción de Soledad Barret siempre quedaron, son especiales para nosotros", explica el poeta, que antes de A dos voces ya había hecho la experiencia de llevar sus versos a los escenarios junto a Alberto Favero y Nacha Guevara, con éxito masivo.


















quarta-feira, 9 de fevereiro de 2011

"Canción para despertar a un negrito", de Nicolás Guillén - dos vídeos

"Canción para despertar a un negrito" - Poema del cubano Nicolás Guillén musicalizado por César Isella y popularizado por Mercedes Sosa. Abajo, el poema es interpretado por Rodolfo Pino-Robles y después por el grupo Kollahuara (en vivo en programa de TVN).



Una paloma
cantando pasa:
"¡Upa, mi negro,
que el Sol abrasa!".

Ya nadie duerme,
ni está en su casa;
ni el cocodrilo,
ni la yaguaza,
ni la culebra,
ni la torcaza...

Coco, cacao,
cacho, cachaza.
"¡Upa, mi negro,
que el Sol abrasa!".

Negrazo, venga
con su negraza.
¡Aire con aire,
que el Sol abrasa!

Mira la gente,
llamando pasa:
gente en la calle,
gente en la plaza.
Ya nadie queda, negro
ni está en su casa...

Coco, cacao,
cacho, cachaza.
"¡Upa, mi negro,
que el Sol abrasa!".

Negró, negrito,
ciruela y pasa,
salga y despierte,
que el Sol abrasa,
diga despierto
lo que le pasa...
"Que muera el amo,
muera en la brasa."
Ya nadie duerme,
ni está en su casa.

Coco, cacao,
cacho, cachaza.
"¡Upa, mi negro,
que el Sol abrasa!".


Oración por Marilyn Monroe - vídeo con Ernesto Cardenal leyendo su poema


Pincha aqui pare veer un vídeo con el poeta Ernesto Cardenal recitando el poema que hizo a Marilyn Monroe. Abajo, el texto y una traducción para el portugués hecha por Cleto de Assis.



Señor,
recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el nombre de
Marilyn Monroe
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a
los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.

Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el Time)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también más que eso…
Las cabezas son los admiradores, es claro
(la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz)
Pero el templo no son los estudios de la 20th Century-Fox.
El templo – de mármol y oro – es el templo de su cuerpo
en el que está el Hijo del Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20th Century-Fox
que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.


Señor,
en este mundo contaminado de pecados y radioactividad
Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda.
Que como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos
– el de nuestras propias vidas – y era un script absurdo.
Perdónala Señor y perdónanos a nosotros
por nuestra20 th Century
por esta Colosal Super-Producción en que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes
para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.

Recuerda, Señor, su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje – insistiendo en maquillarse en cada escena –
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.

Como toda empleada de tienda
soñó ser estrella de cine.
Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y archiva.

Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores

¡y apagan los reflectores!
y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)
mientras el Director se aleja con su libreta
porque la escena ya fue tomada.
O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río
la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor
vistos en la salita del apartamento miserable.

La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan sólo la voz de un disco que le dice: WRONG NUMBER.
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.

Señor,
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de Los Angeles
¡contesta Tú el teléfono!

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De: Oración por Marilyn Monroe y otros poemas
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Oração por Marilyn Monroe

Ernesto Cardenal - Tradução Cleto de Assis



Senhor,

recebe esta moça conhecida em toda a terra com o nome de
Marilyn Monroe
ainda que esse não era seu verdadeiro nome
(mas Tu conheces seu verdadeiro nome, o da pequena órfã

violada aos nove anos
e a empregadinha de loja que aos 16 quis se matar)
e agora se apresenta ante Ti sem nenhuma maquiagem
sem seu Assessor de Imprensa
sem fotógrafos e sem dar autógrafos
sozinha como um astronauta frente à noite espacial.

Ela sonhou, quando criança, que estava desnuda em uma igreja

(segundo conta o Time)
diante de uma multidão prostrada, com as cabeças no solo
e tinha que caminhar na ponta dos pés para não pisar as cabeças.
Tu conheces nossos sonhos melhor que os psiquiatras.
Igreja, casa, gruta, são a segurança do seio materno,
mas também mais que isso…
As cabeças são os admiradores, é claro
(a massa de cabeças na obscuridade sob o jorro de luz).
Mas o templo não são os estúdios da 20th Century-Fox.
O templo – de mármore e ouro – é o templo de seu corpo
em que está o Filho do Homem com um látego na mão
expulsando os mercadores da 20th Century-Fox
que fizeram de Tua casa de oração um covil de ladrões.


Senhor,
neste mundo contaminado de pecados e radioatividade
Tu não culparás tão somente uma empregadinha de loja.
Que como toda empregadinha de loja sonhou ser estrela de cinema.
E seu sonho foi realidade (mas como a realidade do tecnicolor).
Ela não fez senão atuar segundo o roteiro que lhe demos
– o de nossas próprias vidas – e era um script absurdo.


Perdoa-a, Senhor, e perdoe-nos a nós
por nossa 20th Century
por esta Colossal Super-Produção em que todos trabalhamos.
Ela tinha fome de amor e lhe oferecemos tranqüilizantes
para a tristeza de não ser santos
foi-lhe recomendada a Psicanálise.

Recorda, Senhor, seu crescente pavor à câmera
e o ódio à maquilagem – insistindo em maquilar-se em cada cena –
e como se foi fazendo maior o horror
e maior a impontualidade aos estúdios.

Como toda empregadinha de loja
sonhou ser estrela de cinema.
E sua vida foi irreal como um sonho que um psiquiatra interpreta e arquiva.

Seus romances foram um beijo com os olhos fechados.
Quando se abrem os olhos,
se descobre que foi sob refletores

e apagam os refletores!
e desmontam as duas paredes do aposento (era um set cinematográfico)
enquanto o Diretor se distancia com sua caderneta de anotações

porque a cena já foi tomada.
Ou como uma viagem em iate, um beijo em Singapura, um baile no Rio
a recepção na mansão do Duque e da Duquesa de Windsor
vistos na salinha do apartamento miserável.

O filme terminou sem o beijo final.
Encontraram-na morta em sua cama com a mão no telefone.
E os detetives não souberam a quem ia chamar.
Foi como alguém que discou o número da única voz amiga
e ouve somente a voz de uma gravação que lhe diz: WRONG NUMBER.
Ou como alguém que, ferido por gangsters,
estica a mão a um telefone desconectado.

Senhor,
quem quer que tenha sido quem ela ia chamar
e não chamou (e talvez era ninguém
ou era Alguém cujo número não está no guia telefônico de Los Angeles),
atende Tu o telefone!
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quarta-feira, 2 de fevereiro de 2011

Luis Henrique Alvizuri interpreta los poemas de Cesar Vallejo


Luis Enrique Alvizuri habla de su CD con diez poemas de Cesar Vallejo, del trabajo de
poner música en poesías y, por fin, canta "Piedra negra sobre una piedra blanca",
de Vallejo, y "Cargamento", de su autoría.*


"Piedra negra sobre una piedra blanca"
(Cesar Vallejo)

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París y no me corro
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

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* Programa: Enemigos Intimos (Frecuencia Latina)
Conductores: Beto Ortíz/Aldo Miyashiro
Edición: 18ABR08

terça-feira, 1 de fevereiro de 2011

"Masa", de Cesar Vallejo


"Masa", de Cesar Vallejo
Interpretación de Leonardo Sbaraglía


Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tánto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tánto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate, hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

"Los heraldos negros", de Cesar Vallejo


Poema "Los heraldos negros", de Cesar Vallejo.
Lectura de Federico Luppi


Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Cesar Vallejo - Una biografía