Este blog es dedicado a los poetas y cantantes comprometidos con la cultura y la dignidad del pueblo de nuestra América, su naturaleza y medio ambiente.
Despues de meses inactivo, estoy de nuevo por aquí, ¡gracias a la vida! Y para volver con fuerza, trago un sonido radical y muy contemporaneo: un RAP de la banda Clave de Barrio, que es para poner en claro que "cantantes de la tierra" no son solo aquellos que hacen composiciones telúricas y melodiosas...
Banda: Clave de barrio
Letra: Malk y Tow
Dirección: Leandro Furno
Agradecimientos:
Carolina Sol Espada
Valentina Lopez
Martin Lopez
Paula Benites
Gonzalo Nieto
Sebastian Arce
Mírame, aquí estoy aguantando todo este dolor que me viene acompañando desde niño soportando la falta de cariño me destiño en un océano de lagrimas
y que mas da, si pocos me supieron entender aceptando mis defectos y virtudes para ver que en mi ser, había un soldado armadura de piel y un corazón blindado
ataduras del pasado, que tuve que portar durante años las pude cortar y evitar daños me desaferré de mi condena doble H (hiphop) mi guarida mi salida de la pena
aunque nada es fácil, hay malas miradas la falta de respeto y también las carcajadas pero obviando a esas personas continuamos luchando por lo que queremos por lo que amamos
esto es mi vida, así me siento libre haciendo de mi tinta un arma de alto calibre sensible a la escritura mi locura mi cultura cada tema es un poema que forma una escultura
ese sentimiento al escribir da libertad pocos me comprenden hay pocos que lo sienten de verdad realidad para el enjambre no hay nada mejor que rapear y poder saciar el hambre
completar los sueños, para poder triunfar demostrarle a la vida, que se puede lograr, ser perseverante hasta cumplir el objetivo no dejarse vencer y ser positivo
la vida es un regalo, esta en vos cuidarla completar el ciclo evitando lastimarla conservarla en el bien, y no en el mal confía en tu fuerza y llegaras hasta el final...
Estribillo: Eres el elegido, avanza siempre erguido Evita caminar por el camino destruido En la vida hay un propósito, busca tu lugar El tiempo es un juego, apréndelo a jugar
Que hoy es otro día no es igual que ayer La confianza en uno mismo es para poder vencer Es fácil elevarse y tener una caída Solo hay que lograr curar cualquier herida
Muchas veces he enfrentado un problema que me ha afectado y no he dejado que me lastime el pasado porque pude luchar contra un sentimiento tan oscuro reanimando mi presente para llegar al futuro
un muro tan enorme imposible de trepar un vacío continuo que me hacia desmayar sin lograr que mis brazos se rindieran haciendo que amistades nulas desaparecieran
cada paso que yo daba cada rima que creaba era un golpe fuerte que en su mente se marcaba y no paraba porque mi alma estaba complacida al no caer aunque estuviese adolorida
pero no todo fue tan fácil para mi tuve que dar mas de lo que recibí y decidí que no siempre esto es malo porque sabia que algún día obtendría un regalo
combatí dolor rencor y el mayor sufrimiento pero estaba equipado con mi mejor armamento mi talento que crecía cada año separando la amistad y el amor del engaño
supe verme al espejo di un reflejo incomplejo no podía saber porque me sentía perplejo es por eso que quería alcanzar una única meta poder evolucionar
día a día sentirás que todo da vueltas deberás juntar lagrimas que cayeron disueltas y revivir sentir que puedes abatir esa desilusión que te logra confundir
sabrás que si se puede continua y procede que la vida te enseña y que no solo te agrede accede a combatir lo que mas te molesta tu eres el único que encontrara la respuesta...
"Deixando o pago", poema de João da Cunha Vargas. Música, guitarra y voz de Vítor Ramil.
Deixando o Pago (João da Cunha Vargas)
Alcei a perna no pingo E saí sem rumo certo, Olhei o pampa deserto E o céu fincado no chão, Troquei as rédeas de mão, Mudei o pala de braço E vi a lua no espaço Clareando todo o rincão.
E a trotezito no mais, Fui aumentando a distância Deixando o rancho da infância Coberto pela neblina; Nunca pensei que minha sina Fosse andar longe do pago E trago na boca o amargo Dum doce beijo de china.
Sempre gostei da morena, É minha cor predileta, Da carreira em cancha reta, Dum truco numa carona, Dum churrasco de mamona, Na sombra do arvoredo, Onde se oculta o segredo Num teclado de cordeona.
Cruzo a última cancela Do campo pro corredor E sinto um perfume de flor, Que brotou na primavera. À noite, linda que era, Banhada pelo luar, Tive ganas de chorar Ao ver o meu rancho tapera.
Como é linda a liberdade Sobre o lombo do cavalo E ouvir o canto do galo, Anunciando a madrugada, Dormir na beira da estrada Num sono longo e sereno E ver que o mundo é pequeno E que a vida não vale nada.
O pingo tranqueava largo Na direção de um bolicho, Onde se ouvia o cochicho De uma cordeona acordada; Era linda a madrugada, A estrela d'alva saía No rastro das três marias, Na volta grande da estrada.
Era um baile - um casamento Quem sabe algum batizado, Eu não era convidado, Mas tava ali de cruzada, Bolicho em beira de estrada Sempre tem um índio vago, Cachaça pra tomar um trago, Carpeta pra uma carteada.
Falam muito no destino, Até nem sei se acredito, Eu fui criado solito, Mas sempre bem prevenido, índio do queixo torcido, Que se amansou na experiência. Eu vou voltar pra querência, Lugar onde fui parido.
"Milonga de Manuel Flores", poema de Jorge Luis Borges. Música y voz de Vítor Ramil. Guitarra con el argentino Carlos Moscardini.
MILONGA DE MANUEL FLORES poema: Jorge Luís Borges música: Vitor Ramil
Manuel Flores va a morir. Eso es moneda corriente; morir es una costumbre que sabe tener la gente.
Vendrán los cuatro balazos y con los cuatro el olvido; lo dijo el sabio Merlín: morir es haber nacido.
Y sin embargo me duele decirle adiós a la vida, esa cosa tan de siempre, tan dulce y tan conocida.
Miro en el alba mis manos, miro en las manos las venas; con extrañeza las miro como si fueran ajenas.
¡Cuánta cosa en su camino estos ojos habrán visto! Quién sabe lo que verán después que me juzgue cristo.
Manuel Flores va a morir. Eso es moneda corriente; Morir es una costumbre que sabe tener la gente.
Para saber que és "délibab" y conocer más sobre este trabajo de Vítor Ramil conozca su site y lea el artículo "O délibáb do Vítor e o meu", de la periodista Gisele Teixeira.
Después de publicar el cuento "Sur" y su adaptación para el cine hecha por Alejandro Abramovich, traigo ahora otro cuento de Borges con la temática del gauchismo: "El fin", publicado em Ficciones (1944) junto con el anterior. En este, nuevamente la figura del gaucho es presentada como decadente, pues su heroicismo es entonces sólo una leyenda perteneciente al pasado heroico de la pampa. En el presente, su estado es de soledad y abandono. No hay más espacio en la sociedad del siglo XX para su bravura y código de honor - los duelos ya no son aceptables como conducta digna de elogio, lo que se puede deducir del diálogo abajo:
" —Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas. —Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud. El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la paladeó sin concluirla. —Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre. Un lento acorde precedió la respuesta de negro: —Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros." : : El estado de decadencia de la figura heroica del gaucho, que pasa a pertenecer al espacio del mito, o de la leyenda, es marcado en la trama por la intertextualidad con las obras El gaucho Martin Fierro (1872) y su continuación, hecha siete años después: La vuelta del gaucho Martín Fierro (1879). Los hombres que van a duelar son los personajes - ahora viejos y decadentes, como he dicho - de la seguna parte de este clásico de la gauchesca y de la literatura argentina: Martin Fierro y el hijo del negro que él había asesinado hacía muchos años y que, en el final del segundo volumen, desafia a Martín Fierro para vengar a su padre. Pero el duelo entre ellos no se hace con armas, sino con el canto. La payada entre ambos (lucha simbólica que termina la trama de La vuelta del gaucho Martín Fierro sin derramar sangre) puede ser compreendida como señal de los nuevos tiempos, en que la violencia de los gauchos malos ya no es socialmente aceptable. : En "El fin" Borges retoma la historia y - sin dejar de presentar la violencia como algo que ya no es aceptable - recupera el duelo como única salida existencial para los personajes, o sea, como único camino posible para poner un significado en sus existencias. ¿Paradójico? Sí, sin duda, pero comprensible. En el mundo moderno ya no hay espacio para ellos. Sin espacio y sin futuro, sólo es posible recuperar la dignidad por medio de la muerte - autosacrificio libertador de las cadenas de la civilización. Irónicamente, quien muere sale victorioso, pues quien vence la lucha sigue viviendo como un muerto-vivo, sigue viviendo una vida sin significado, una vida de soledad y exclusión, pues no ya hay lugar en el mundo para sí mismo.
"Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre." : :La moral de este cuento parece ser la misma del anterior, "El sur", pues la única manera de recuperar la dignidad que se perdió es, nuevamente, la misma: salir a hurtadillas del palco de las miserias humanas muriendo en defensa del (imaginario) honor.
EL FIN
Jorge Luis Borges
Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente…
Recobró poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por otras. Miró sin lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria que le envolvía las piernas. Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; había dormido, pero aun quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo tanteó dar con un cencerro de bronce que había al pie del catre. Una o dos veces lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar; acaso la derrota lo había amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la pulpería, no olvidaría ese contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercio de yerba, se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de la novelas concluímos apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.
Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que no; el negro no cantaba. El hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el cencerro, como si ejerciera un poder.
La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.
Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura: —Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted. El otro, con voz áspera, replicó: —Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido. Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió: —Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años. El otro explicó sin apuro: —Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas. —Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud. El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la paladeó sin concluirla. —Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre. Un lento acorde precedió la respuesta de negro: —Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros. —Por lo menos a mí —dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta—: Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano. El negro, como si no lo oyera, observó: —Con el otoño se van acortando los días. —Con la luz que queda me basta —replicó el otro, poniéndose de pie. Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado: —Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto. Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró: —Tal vez en éste me vaya tan mal como en el primero. El otro contestó con seriedad: —En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.
Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:
—Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.
Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como un acicate. Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música… Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre. Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre._________________________________________
Fuente: http://www.literatura.us/borges/elfin.html
El texto que sigue así como los vídeos fueram copiados del canal elartiguista2, hecho por un profesor uruguayo (anónimo) de ciencias sociales.
CONCIERTO A DOS VOCES - Mario Benedetti y Daniel Viglietti
Este concierto en particular fue grabado de la pantalla de TeveCiudad, canal de la Intendencia Municipal de Montevideo. Espero disculpen que faltan unos minutos del inicio del espectáculo pero no lo afecta en lo esencial. Dada su duración ha sido dividido en 9 partes. No es necesario decir que es muy bueno!!!!
Mario Benedetti y Daniel Viglietti son dos referentes de la palabra comprometida del Uruguay. No es casual que hayan decidido reunirse y que esa reunión haya perdurado en el tiempo, abriendo un espacio que fue resignificándose con el paso de los años. En 1978, cuando el poeta y el cantautor se encontraron en el exilio en México cayeron en la cuenta de cuánto había en común en lo que estaban escribiendo cada uno por su lado y así nació la idea de encontrarse en A dos voces.
Lo que comenzó como una experiencia que respondía a la necesidad de alzar las voces y de unirlas en el exilio terminó siendo un espectáculo que mantuvieron durante 27 años, y que llevaron por distintos países. "Lo que hicimos fue un trabajo casi de hilanderos, de tejido, empezamos a tejer confluencias", definiría más tarde Viglietti. Así se entrelazan las voces de ambos cantando y recitando en homenaje a Roque Dalton (A Roque, de Benedetti, Daltónica, de Viglietti), a Nicaragua, a Chile y Salvador Allende. Y así van desfilando clásicos de cada uno como Bandoneón y Por qué cantamos, entre lo más cantado y repetido en postales de la obra deBenedetti, La llamarada y Otra voz canta, entre los temas más conocidos del repertorio de Viglietti.
Y están los versos que cada uno por su lado escribió en homenaje a Soledad Barret, la militante paraguaya secuestrada en 1962 en Montevideo y asesinada en Recife, Brasil, y que tienen un significado especial en el disco. "Soledad no viviste en soledad / por eso tu vida no se borra / simplemente se colma de señales. / Soledad no moriste en soledad / por eso tu muerte no se llora / simplemente la izamos en el aire", dice Benedetti en sus versos, que se cruzan con los de Viglietti: "Una cosa aprendí junto a Soledad: que el llanto hay que empuñarlo, darlo a cantar... Otra cosa aprendí junto a Soledad: que la patria no es sólo un lugar... Una tercera cosa nos enseñó: lo que no logre uno, ya lo harán dos".
Mario Benedetti recuerda la importancia que tuvieron estos versos en el origen de A dos voces: "Con Daniel éramos muy amigos, desde hacía años. Nos encontramos en México, en el exilio, y empezamos a hablar de lo que estaba haciendo cada uno. Que esta canción, que este poema... Nos sorprendió encontrar que los dos le habíamos escrito a Soledad Barret, porque la habíamos conocido y le teníamos mucho cariño, cuenta el autor de Gracias por el fuego. Empezamos a ver que teníamos otros temas comunes, y así fuimos armando un recorrido de poesía y canción."
"Con el tiempo fuimos introduciendo muchos cambios en el repertorio, pero el poema y la canción de Soledad Barret siempre quedaron, son especiales para nosotros", explica el poeta, que antes de A dos voces ya había hecho la experiencia de llevar sus versos a los escenarios junto a Alberto Favero y Nacha Guevara, con éxito masivo.
Una paloma cantando pasa: "¡Upa, mi negro, que el Sol abrasa!".
Ya nadie duerme, ni está en su casa; ni el cocodrilo, ni la yaguaza, ni la culebra, ni la torcaza...
Coco, cacao, cacho, cachaza. "¡Upa, mi negro, que el Sol abrasa!".
Negrazo, venga con su negraza. ¡Aire con aire, que el Sol abrasa!
Mira la gente, llamando pasa: gente en la calle, gente en la plaza. Ya nadie queda, negro ni está en su casa...
Coco, cacao, cacho, cachaza. "¡Upa, mi negro, que el Sol abrasa!".
Negró, negrito, ciruela y pasa, salga y despierte, que el Sol abrasa, diga despierto lo que le pasa... "Que muera el amo, muera en la brasa." Ya nadie duerme, ni está en su casa.
Coco, cacao, cacho, cachaza. "¡Upa, mi negro, que el Sol abrasa!".
Pincha aqui pare veer un vídeo con el poeta Ernesto Cardenal recitando el poema que hizo a Marilyn Monroe. Abajo, el texto y una traducción para el portugués hecha por Cleto de Assis.
Señor, recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el nombre de Marilyn Monroe aunque ése no era su verdadero nombre (pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar) y ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje sin su Agente de Prensa sin fotógrafos y sin firmar autógrafos sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el Time) ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas. Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras. Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno pero también más que eso… Las cabezas son los admiradores, es claro (la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz) Pero el templo no son los estudios de la 20th Century-Fox. El templo – de mármol y oro – es el templo de su cuerpo en el que está el Hijo del Hombre con un látigo en la mano expulsando a los mercaderes de la 20th Century-Fox que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Señor, en este mundo contaminado de pecados y radioactividad Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda. Que como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine. Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor). Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos – el de nuestras propias vidas – y era un script absurdo. Perdónala Señor y perdónanos a nosotros por nuestra20 th Century por esta Colosal Super-Producción en que todos hemos trabajado. Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes para la tristeza de no ser santos se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda, Señor, su creciente pavor a la cámara y el odio al maquillaje – insistiendo en maquillarse en cada escena – y cómo se fue haciendo mayor el horror y mayor la impuntualidad a los estudios.
Como toda empleada de tienda soñó ser estrella de cine. Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y archiva.
Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados que cuando se abren los ojos se descubre que fue bajo reflectores
¡y apagan los reflectores! y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico) mientras el Director se aleja con su libreta porque la escena ya fue tomada. O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor vistos en la salita del apartamento miserable.
La película terminó sin el beso final. La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono. Y los detectives no supieron a quién iba a llamar. Fue como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga y oye tan sólo la voz de un disco que le dice: WRONG NUMBER. O como alguien que herido por los gangsters alarga la mano a un teléfono desconectado.
Señor, quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar y no llamó (y tal vez no era nadie o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de Los Angeles ¡contesta Tú el teléfono!
______________________________________________ De: Oración por Marilyn Monroe y otros poemas ______________________________________________
Oração por Marilyn Monroe
Ernesto Cardenal - Tradução Cleto de Assis
Senhor,
recebe esta moça conhecida em toda a terra com o nome de Marilyn Monroe ainda que esse não era seu verdadeiro nome (mas Tu conheces seu verdadeiro nome, o da pequena órfã
violada aos nove anos e a empregadinha de loja que aos 16 quis se matar) e agora se apresenta ante Ti sem nenhuma maquiagem sem seu Assessor de Imprensa sem fotógrafos e sem dar autógrafos sozinha como um astronauta frente à noite espacial.
Ela sonhou, quando criança, que estava desnuda em uma igreja
(segundo conta o Time) diante de uma multidão prostrada, com as cabeças no solo e tinha que caminhar na ponta dos pés para não pisar as cabeças. Tu conheces nossos sonhos melhor que os psiquiatras. Igreja, casa, gruta, são a segurança do seio materno, mas também mais que isso… As cabeças são os admiradores, é claro (a massa de cabeças na obscuridade sob o jorro de luz). Mas o templo não são os estúdios da 20th Century-Fox. O templo – de mármore e ouro – é o templo de seu corpo em que está o Filho do Homem com um látego na mão expulsando os mercadores da 20th Century-Fox que fizeram de Tua casa de oração um covil de ladrões.
Senhor, neste mundo contaminado de pecados e radioatividade Tu não culparás tão somente uma empregadinha de loja. Que como toda empregadinha de loja sonhou ser estrela de cinema. E seu sonho foi realidade (mas como a realidade do tecnicolor). Ela não fez senão atuar segundo o roteiro que lhe demos – o de nossas próprias vidas – e era um script absurdo.
Perdoa-a, Senhor, e perdoe-nos a nós por nossa 20th Century por esta Colossal Super-Produção em que todos trabalhamos. Ela tinha fome de amor e lhe oferecemos tranqüilizantes para a tristeza de não ser santos foi-lhe recomendada a Psicanálise.
Recorda, Senhor, seu crescente pavor à câmera e o ódio à maquilagem – insistindo em maquilar-se em cada cena – e como se foi fazendo maior o horror e maior a impontualidade aos estúdios.
Como toda empregadinha de loja sonhou ser estrela de cinema. E sua vida foi irreal como um sonho que um psiquiatra interpreta e arquiva.
Seus romances foram um beijo com os olhos fechados. Quando se abrem os olhos, se descobre que foi sob refletores
e apagam os refletores! e desmontam as duas paredes do aposento (era um set cinematográfico) enquanto o Diretor se distancia com sua caderneta de anotações
porque a cena já foi tomada. Ou como uma viagem em iate, um beijo em Singapura, um baile no Rio a recepção na mansão do Duque e da Duquesa de Windsor vistos na salinha do apartamento miserável.
O filme terminou sem o beijo final. Encontraram-na morta em sua cama com a mão no telefone. E os detetives não souberam a quem ia chamar. Foi como alguém que discou o número da única voz amiga e ouve somente a voz de uma gravação que lhe diz: WRONG NUMBER. Ou como alguém que, ferido por gangsters, estica a mão a um telefone desconectado.
Senhor, quem quer que tenha sido quem ela ia chamar e não chamou (e talvez era ninguém ou era Alguém cujo número não está no guia telefônico de Los Angeles), atende Tu o telefone!
Luis Enrique Alvizuri habla de su CD con diez poemas de Cesar Vallejo, del trabajo de poner música en poesías y, por fin, canta "Piedra negra sobre una piedra blanca", de Vallejo, y "Cargamento", de su autoría.*
"Piedra negra sobre una piedra blanca" (Cesar Vallejo)
Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París y no me corro tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos...
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «No mueras, te amo tánto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: «No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: «Tánto amor, y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate, hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente abrazó al primer hombre; echóse a andar...
Poema "Los heraldos negros", de Cesar Vallejo. Lectura de Federico Luppi
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Victor Jara - así como Daniel Viglietti, compositor de "A desalambrar", canción del primero vídeo abajo - es un ícone de la lucha por la tierra, sea esta lucha hecha por campesinos o paysanos, porque ella es de todos que sueñan con una realidad más justa, con la vida en un mundo en que los hombres se vean libres de la explotación por el latifundio y por las gran compañías internacionales.
Muchos dicen que las canciones abajo son cosas del pasado, que están envejecidas. Eso es una gran mentira. Mientras no tengamos la reforma agraria ellas no serán viejas y mismo después no perderán su valor histórico. Además la interpretación así como las composiciones són primorosas.
También hay quien las critique por seren panfletarias. Sí, sin duda, pero eso sólo puede ser un defecto muy grave para quién comprenda la arte como pura, sin ningun compromiso allá de ser bella. Pero eso es una mistificación - cuando no es pura ideología. La arte jamás fue inocente. Desde sus orígenes más remotas ella servió a las religiones, al trabajo y a la cohesión - y coherción - de las comunidades. Sea dando forma al sentimiento religioso medio los cultos a la naturaleza y los dioses (oraciones, máscaras, danzas, cantos), sea el canto serviendo para ritmar los movimientos del trabajo mientras lo hace más prazeroso (así contribuyendo también para la mayor productividad), sea como representaciones de la naturaleza y de las prácticas (la caza, el cultivo de la tierra) que necesitan ser enseñadas a los prójimos, sea como cantos de lucha para dar coraje y cohesión a los combatientes...
Por fin, es un derecho del sujeto-lírico poder expresar todos sus sentimientos y no sólo los sentimentos amorosos...
Yo pregunto a los presentes Si no se han puesto a pensar Que esta tierra es de nosotros Y no del que tenga más
Yo pregunto si en la tierra Nunca habrá pensado usted Que si las manos son nuestras Es nuestro lo que nos den
A desalambrar, a desalambrar Que la tierra es nuestra Es tuya y de aquél De Pedro y María De Juán y José
Si molesto con mi canto A alguien que no quiera oír Le aseguro que es un gringo O un dueño de este país
A desalambrar, a desalambrar Que la tierra es nuestra Es tuya y de aquél De Pedro y María De Juán y José
A desalambrar, a desalambrar Que la tierra es nuestra Es tuya y de aquél De Pedro y María De Juán y José : :
PLEGARÍA A UN LABRADOR
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Levántate y mira la montaña de donde viene el viento, el sol y el agua. Tú que manejas el curso de los ríos, tú que sembraste el vuelo de tu alma.
Levántate y mírate las manos para crecer estréchala a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre hoy es el tiempo que puede ser mañana.
Líbranos de aquel que nos domina en la miseria. Tráenos tu reino de justicia e igualdad. Sopla como el viento la flor de la quebrada. Limpia como el fuego el cañón de mi fusil. Hágase por fin tu voluntad aquí en la tierra. Danos tu fuerza y tu valor al combatir. Sopla como el viento la flor de la quebrada. Limpia como el fuego el cañón de mi fusil.
Levántate y mírate las manos para crecer estréchala a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén
Me gustas cuando callas porque estás como ausente y me oyes desde lejos y mi voz no te toca, parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca.
Me gustas cuando callas y estas como distante y estas como quejándote, mariposa en arrullo, y me oyes desde lejos y mi voz no te alcanza déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio claro como una lámpara, simple como un anillo, te pareces a la noche callada y constelada tu silencio, otra estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente, distante y dolorosa como si hubieras muerto, una palabra entonces una sonrisa bastan y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
(Palabras del capitán Rodrigo Cambará, personaje de la primera parte de la trilogía El tiempo y el viento, obra mayor de Erico Veríssimo.)
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Abajo, una traducción para el cine del cuento El Sur, de Jorge Luis Borges, con dirección de Alejandro Abramovich. Este cuento fue publicado en 1944 en el libro "Artificios", la segunda parte de Ficciones, y es uno de los preferidos del autor porque tiene temáticas que le son muy caras: el gauchismo, la literatura, el sueño y el mito, la búsqueda de la identidad y la muerte.
La elección de Mil y una noches para componer la trama no es tampoco aleatoria, creo. Así como Sherazade ganaba un día más de vida a cada cuento que leía, el protagonista Joahannes Dahlmann también se mantenía vivo con los libros que leía y las historias de sus antepasados (pero que ya no tenían la atención de los niños). Vale decir: con la ayuda de la literatura y del mito, él se mantenía vivo a sí mismo y a su sueño, con ella calentaba la memoria mítica y heroica de sus antepasados, más precisamente de su bisabuelo materno que tuvo una muerte romántica, peleando con los indios. Al elegir este linaje para construir su identidad, Johannes Dahlmann nega su ascendencia germánica en cambio de una identidad gaucha, que ya en la década de 40 estaba en crisis, considerada como perteneciente a un pasado muerto y, portanto, preterida por una identidad paisana. Por eso él elige morir peleando, pues como ya decía el capitán Rodrigo Cambará en El tiempo y el viento, "Cambará macho no muere en el lecho" (entiendase "gaucho macho muere peleando"). Al morir duelando con un indio, Dahlmann recupera en su muerte el honor perdido y se inscribe en el linaje de su bisabuelo Francisco Flores.
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2010. Guión, Producción, Edición y Dirección: Alejandro Abramovich. Actores: Enrique Sogne, Tomás Pérez, Antonio López, Carlos Lebrand. Basado en el cuento homónimo de Jorge Luis Borges.
El Sur[Cuento. Texto completo]
Jorge Luis Borges
El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.
Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos. Una tarde, el médico habitual se presentó con un médico nuevo y lo condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador, porque era indispensable sacarle una radiografía. Dahlmann, en el coche de plaza que los llevó, pensó que en una habitación que no fuera la suya podría, al fin, dormir. Se sintió feliz y conversador; en cuanto llegó, lo desvistieron; le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con náuseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. El hielo no dejaba en su boca el menor rastro de frescura. En esos días, Dahlmann minuciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba que le erizaba la cara. Sufrió con estoicismo las curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino. Las miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le dijo que estaba reponiéndose y que, muy pronto, podría ir a convalecer a la estancia. Increíblemente, el día prometido llegó.
A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.
Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de la puerta, el zaguán, el íntimo patio.
En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.
A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.
A los lados del tren, la ciudad se desgarraba en suburbios; esta visión y luego la de jardines y quintas demoraron el principio de la lectura. La verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán y el genio que ha jurado matar a su bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.
El almuerzo (con el caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido.
Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres. Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas, infinitamente mirando pasar los trenes; vio jinetes en los terrosos caminos; vio zanjas y lagunas y hacienda; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura. También creyó reconocer árboles y sembrados que no hubiera podido nombrar, porque su directo conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario.
Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo distrajo el inspector, que al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de siempre sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (El hombre añadió una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de oír, porque el mecanismo de los hechos no le importaba).
El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vías quedaba la estación, que era poco más que un andén con un cobertizo. Ningún vehículo tenían, pero el jefe opinó que tal vez pudiera conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez, doce, cuadras.
Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del trébol.
El almacén, alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque había unos caballos. Dahlmam, adentro, creyó reconocer al patrón; luego comprendió que lo había engañado su parecido con uno de los empleados del sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera; para agregar otro hecho a aquel día y para llenar ese tiempo, Dahlmann resolvió comer en el almacén.
En una mesa comían y bebían ruidosamente unos muchachones, en los que Dahlmann, al principio, no se fijó. En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba, inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur.
Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con el campo, pero su olor y sus rumores aún le llegaban entre los barrotes de hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar la mirada por el local, ya un poco soñolienta. La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes; los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos parecían peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita de miga. Eso era todo, pero alguien se la había tirado.
Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhman, perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el volumen de Las Mil y Una Noches, como para tapar la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa. Resolvió salir; ya estaba de pie cuando el patrón se le acercó y lo exhortó con voz alarmada:
-Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos, que están medio alegres.
Dahlmann no se extrañó de que el otro, ahora, lo conociera, pero sintió que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho, la situación. Antes, la provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos. Dahlmann hizo a un lado al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando.
El compadrito de la cara achinada se paró, tambaleándose. A un paso de Juan Dahlmann, lo injurió a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar su borrachera y esa exageración era otra ferocidad y una burla. Entre malas palabras y obscenidades, tiró al aire un largo cuchillo, lo siguió con los ojos, lo barajó e invitó a Dahlmann a pelear. El patrón objetó con trémula voz que Dahlmann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible ocurrió.
Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas, pensó.
-Vamos saliendo- dijo el otro.
Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura. :
Para empezar este blog dedicado a los poetas y cantantes latinoamericanos (especialmente los hispanoamericanos) comprometidos con la cultura y la dignidad del pueblo de nuestra América nada mejor que este precioso vídeo. Precioso porque trae no sólo la imagen deste inolbidable cantante y poeta que es un ícone de la arte revolucionaria como también trae una canción que es la mejor prueba de que lirismo y arte social pueden caminar juntos, codo con codo, en perfecta harmonía. Viva Victor Jara, siempre!
Te recuerdo Amanda la calle mojada corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel. La sonrisa ancha la lluvia en el pelo no importaba nada ibas a encontrarte con él con él, con él, con él son cinco minutos la vida es eterna en cinco minutos suena la sirena de vuelta al trabajo y tú caminando lo iluminas todo los cinco minutos te hacen florecer.
Te recuerdo Amanda la calle mojada corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel. La sonrisa ancha la lluvia en el pelo no importaba nada ibas a encontrarte con él con él, con él, con él que partió a la sierra que nunca hizo daño que partió a la sierra y en cinco minutos quedó destrozado suena la sirena de vuelta al trabajo muchos no volvieron tampoco Manuel.
Te recuerdo Amanda la calle mojada corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel.
Capa del álbum "Te recurdo Amanda" (1974) La primera grabación es del disco "Pongo en tus manos abiertas" (1969), considerado uno de los cinco mejores discos hechos en Chile.
Para oír una selección de 47 composiciones de Víctor Jara, pincha aqui.